viernes, 17 de noviembre de 2017

Enrique Ramón A. M



Pocas veces en mi vida he podido contemplar a mi padre con el rostro deshecho. Si algo caracteriza a mi padre desde siempre ha sido la maravillosa facilidad que tiene de hacer que todo parezca estar en calma, pero esa noche el rostro de mi padre solo transmitía miedo. Y no hablo de un miedo como si temiese que algo pudiese pasarle a él, hablo del miedo que tiene un padre cuando sabe que su hija está a punto de desmoronarse.

Recibí la noticia como si fuese objeto de una broma macabra del destino que me ponía a prueba en una de las etapas más complicadas de mi vida. Como casi todas las personas que se acaban de enterar de que han perdido a alguien importante, tuve diferentes sensaciones: impotencia, rabia, incredulidad, rechazo, miedo, dolor. Todas esta emociones reflejadas en la única idea de que jamás iba a volver a verle conjugadas con la decepción conmigo misma de no haberle dicho las suficientes veces lo mucho que le quería y lo importante que era para mi. Por que si algo me caracterizaba a mi en ese momento de mi vida era el reprimir mis sentimientos hacia las personas que me querían y yo adoraba y gritar a los cuatro vientos mi amor por aquellos que transitaban mi vida de forma pasajera. 

Fueron los tres días mas largos de mi vida. De los cuales apenas tengo el recuerdo más allá que un montón de subnormalidades y temas legales por parte de su familia, una hamburguesa del MacDonals que fue lo único que pude digerir en ese tiempo y un vacío infinito que me nublaba la razón de ser. "No somos nada", "Era un gran hombre" y miles de anécdotas variadas que contaban personas que tras 22 años de mi vida junto al él no las había visto en mi puta vida. Me pareció el acontecimiento más cínico que pude contemplar en mi corta vida. Allí solo lloraba yo, parecía ser la única persona de esa masificación de gente que no era capaz de incorporar mas de tres palabras sin que me pusiese a llorar. Bueno yo y mi ex pareja, que al menos tuvo el detalle de venir a despedirse de forma sincera y leal. La admiro por ese detalle. 

Afortunadamente o desgraciadamente para mi, no pude ver en ningún momento el cuerpo de mi difunto padrino después de recibir la noticia, para garantizar que todo aquello no era un broma que me estaban gastando por sabe dios que karma pendiente de cobrar. Fue el último día de tanatorio, tras la misa reglamentaria en la que un cura bendice el alma de un individuo no creyente, cuando entré en una sala y me abrieron la caja de madera en la que estaba depositado un hombre pálido, frío y con aspecto enfadado que no caracterizaba por ningún lado la imagen que yo tenía de él. Me rompí, aún a día de hoy visualizo esa imagen y sigue rompiéndome, pero al menos esa sensación de incredulidad frente al tema se desvaneció. Me di cuenta de que todo era real, que ya no estaba y ahí comenzó el remordimiento. 

Esa misma noche escribí una carta en la que redactaba todas y cada una de las cosas por las que siempre iba a recordarlo y le repetía una y otra vez que le quería y que por favor nunca me dejase sola desde donde estuviese ahora. Otra de las cuestiones que redacté en ese escrito fue la constante repetición de la palabra "perdón", yo creo que hasta pedí perdón por existir. Mi intención era meter esa carta junto a una flor en el nicho donde yacería el resto de la puta eternidad. No lo hice. Quizás por vergüenza o por miedo a que alguien lo leyese. Se la leí a mi madre. 

El día del entierro mi mente estaba al borde de la desesperación. Entre el cansancio de las noches anteriores sin dormir, entre la pesadez de los ojos de tanto llorar y el cúmulos de subnormalidades que pude oir durante esos tres día respecto a su figura, estaba deseando que todo acabase. Recuerdo que mi madre compró una corona de flores con una banda que ponía "de tu ahijada" que había costado una auténtica burrada y que yo no tenía ni por asomo el dinero para pagarla. Aún no he tenido el placer de darte las gracias por ello mamá. 

Mi padrino siempre dijo que quería que lo incinerasen y lo enterrasen con sus padres, junto al detalle de que tras el camino al nicho lo persiguiera un gaiteiro tocando el himno del antiguo reino de Galicia. Yo intenté conseguir al músico por todos lados, sin beneficio alguno. Una de las mujeres que compartía tiempo de su vida con él en una cafetería cercana a la casa de mi padrino consiguió a un hombre que tocase la gaita y así se cumpliese su última voluntad. Infinitamente agradecida le estaré siempre. La gente lo grababa y todo, para que veais que jodidamente macabra es esta sociedad. Yo caminaba hacia el nicho con la urna entre los brazos y un puñado de fotos de mi padre de pequeño que a alguien se le había ocurrido la fortuita idea de traer al entierro para regalármelas. Parecía una niña inocente caminando hacia la silla eléctrica pero sin ninguna sensación en el cuerpo. Cuando metí la urna en aquel agujero de piedra y comenzaron a tapiar la tumba rompí a llorar. No se si lloraba ya por que todo había acabado o si mi cabeza vacía estaba comenzando a darse cuenta de que jamás iba a volver a verle.

Los días, los meses, los minutos pasaron hasta el día de hoy, que aún sigo escapándome a escondidas y sin que nadie lo sepa al cementerio a contarle todas mis aventuras e historias actuales. No se con que fin, pero al menos me siento mejor conmigo misma.  Después de varios días después del entierro, que coño, incluso durante su estancia en el tanatorio, la gente tenía la desfachatez de preguntarme si yo era la heredera de todos su bienes. ¡GILIPOLLAS! Así me hubiesen quitado todo el dinero del mundo por un día más a su lado en el bar comiendo pinchos de tortilla con cocacola con mucho hielo y limón, o por un paseo en coche hacia Bayona contándome anécdotas de cuando era joven, o un partido Barça-Madrid donde se cagaba hasta en la mismísima madre de Florentino. Que coño, hasta me gustaba que me pusiera verde por votar "al coletas".

Para vuestra maravillosa preocupación he de deciros que no soy rica. Pero eso es un tema donde no voy a entrar porque a más de una payasa la podría dejar de vuelta y media y no quiero perder mi tiempo en daros protagonismo en esta historia. 

Tras un tiempo mis padres me llevaron a comer al restaurante donde comía con él todos los domingos. Ese día crucé un barrera importante, ya que, desde el momento de su entierro hasta entonces no fui capaz de volver a pisar el cementerio sin que se me viniera el mundo abajo. Ese día me comí mi solomillo con salsa, unos langostinos gigantes y las croquetas mas ricas del mundo. Me reí con mis padres y me di cuenta de que todos esos recuerdos que hasta el momento me parecían insoportables por la simple razón de entristecerme al recordarlo, se había convertido en anécdotas que yo podría contar a mis ahijados o familia sobre un hombre que para mí lo fue todo. 

Mi forma de ver la muerte cambió tras varios meses sufriendo como una retrasada en silencio. Ahora lo recordaba con una sonrisa y con alguna lagrimilla de nostalgia de vez en cuando. Pero llegó Navidad y dios mío que horror. Mis padres se esforzaron en conseguir que no notase su pérdida en unas fechas tan destacadas y cercanas a su muerte. No sirvió de nada, aunque siempre les estaré infinitamente agradecida. La mañana de reyes rompí a llorar como una niña pequeña, me acordaba de Silvestre, de la wii, de la bicicleta y de miles de regalos que me dejaban los reyes en aquella casa año tras año. Me acordaba que cada mañana de reyes me despertaba ansiosa por pisar aquel salón lleno de regalos del Corte Inglés con una etiqueta con mi nombre. Después llegó pascua, una de las fechas donde me hartaba a roscón y huevos de chocolate, ese año no hubo nada, bueno si, recuerdos. Ahora lo pienso con una sonrisa, porque ese hombre me hizo pasar posiblemente la infancia mas bonita que puede tener una niña.

Mi primer happy meal, mi primer cine, mi primera bici, todas las cintas VHS desde el día que nací hasta mi preadolescencia. Cintas que por cierto, no tengo y quiero. Miles de fotos, recuerdos, partidos del Celta, camisetas, regalos, consejos, ideas. Siempre digo que mi padrino era como mi segundo padre, lo sigue siendo aunque no esté. Tengo mil anécdotas para contar pero el fin de este post no es una carta nostálgica de como fue mi vida con él, realmente porque me podría pasar otros 23 años de mi vida escribiendo. Quería contar la verdad, como fue para mi su pérdida y sobre todo agradecer a todas aquellas personas que se pusieron a mi lado en un rifi y rafe de hostias continuas entre el dolor, el cinismo y la vergüenza humana. Pero principalmente este post es para decirle algo a él, esté donde esté, lo lea o no lo lea, pero exclusivamente para él:


Querido papadrino:

Como ya te he contado mi vida ha cambiado. He cumplido mis metas y poco a poco voy acercándome a mis sueños. Te tengo presente en cada momento de mi vida, recordándote todos y cada uno de mis días. Te echo mucho de menos. Llevo conmigo la cadena que llevabas colgada al cuello, la guardo como el mayor tesoro que tengo junto a todos los momentos que me regalaste en mis 22 años y cinco meses de vida. Siendo un desastre como eras para mi siempre serás un ejemplo a seguir y agradezco infinitamente que mis padres decidiesen que portases esa vela en mi bautizo. Fuiste, eres y serás siempre el mejor padrino que alguien pueda tener y un día como hoy entre lágrimas y sonrisas quiero recordarte que te quiero y que estés donde estés siempre te recordaré.

Nos veremos algún día, pero mientras tanto sigue a mi lado siempre.

Te quiere

Anita.


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